miércoles, 29 de noviembre de 2017

Éste es mi regalo


Inmóvil. Todavía faltan unos minutos para que termine el partido pero yo no me puedo mover. Veo y escucho que el estadio se viene abajo, que la gente salta y canta, pero yo sigo sin poder levantar un brazo. Debemos estar a 60 o 120 segundos de un hecho histórico, o cosa por el estilo. Veo padres abrazándose con sus hijos. Abuelos abrazándose con sus nietos. Parejas. Amigos. De todo. Las lágrimas que quería evitar de a poco me empiezan a decorar los vidriosos ojos. Es aquí y ahora. Mi mente lo está grabando todo. Y, pese a quien le pese, será un momento que llevaré conmigo hasta la eternidad. Por desgracia.

Tuvimos que esperar siete años para ver a Independiente nuevamente en una final. Pero, otra vez por desgracia, no esperamos tanto para encontrarnos frente al escenario del párrafo anterior. Cuatro años y algunas monedas han transcurrido desde aquel maldito junio de 2013, donde un lastimoso corazón terminó de bombear la sangre que venía bastante coagulada desde hace algunos años. Pasado, pisado; desde luego. Pero el marco que viví anoche, después de tanta malaria, después de tanto remar y ahogarse llegando a la orilla, fue una mera combinación de contraste y deja vu de aquella fría tarde de invierno.

Independiente tenía que meter dos goles. Los metió. Tenía que meter uno más cuando Libertad descontó. Lo metió. El equipo del señor Ariel Holan sabe a lo que juega. Puede tener alguna que otra mala tarde/noche, pero va a presentar batalla y va a dejar alma y vida para ganarla. Después de tantos años, Independiente recuperó su identidad. No es solo patear para adelante y ver qué pasa. Toca, juega, presiona, distribuye, acierta -por fin la efectividad estuvo del lado del Diablo-, gana. Si, GANA. Era hora para nosotros ya de darnos ese gusto. Y todo se lo debemos a la magnífica capacidad del entrenador que tenemos, el superlativo nivel de las apariciones juveniles que ya son titulares indiscutidos y la sed de revancha de nombres que no estaban a la altura y ahora son inamovibles del campo de juego. Independiente, señores. Después de 7 años va por su 17° título internacional. ¿Cómo no me voy a emocionar? Si lo soñé así, de esta manera.

Inmóvil. Todavía faltan unos minutos para que termine el partido pero sigo sin poder moverme. Veo y escucho que el estadio se viene abajo, que la gente salta y canta, pero yo sigo sin poder levantar un brazo. Sin dudas estamos a 60 segundos de un nuevo hecho histórico, de volver a ser. Veo padres abrazándose con sus hijos. Abuelos abrazándose con sus nietos. Parejas y amigos. Lo mismo que veía hace unos años atrás. Entonces me di cuenta de que mi deber, ya no como un niño y sí como un hombre, era abrazar a mi hermana hasta que las lágrimas que queríamos evitar nos colmen los ojos. Es aquí y ahora. Mi mente lo está grabando todo. Y, pese a quien le pese, será un momento que llevaré conmigo hasta la eternidad. Somos finalistas, viejo. Gracias por esta hermosa herencia y, donde sea que estés, feliz cumple. Este es mi mejor regalo: otra final.

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