Aunque parezca una cuestión axiomática, para un fiel
seguidor de un equipo de fútbol –cualquiera que sea- no hay nada más
irresistible que una noche de Copa. Las horas del día no pasan y la jornada
laboral –o de estudio- parece mucho más lenta, pero la ansiedad y los nervios nos
aceleran el ritmo cardíaco. El deseo de que el bendito momento llegue y por fin
se emprenda el recorrido hacia el estadio se adueña de nuestro estado mental. La
sensación de estar apoyando a los propios cuando asoman al campo de juego,
minutos antes de que todo comience, es impagable. Y así, miles de sentimientos
más que sólo se apaciguan cuando la pelota comienza a rodar, el partido empieza
a andar y todo va pasando muy rápido.