jueves, 26 de octubre de 2017

Entender lo que nos genera


Aunque parezca una cuestión axiomática, para un fiel seguidor de un equipo de fútbol –cualquiera que sea- no hay nada más irresistible que una noche de Copa. Las horas del día no pasan y la jornada laboral –o de estudio- parece mucho más lenta, pero la ansiedad y los nervios nos aceleran el ritmo cardíaco. El deseo de que el bendito momento llegue y por fin se emprenda el recorrido hacia el estadio se adueña de nuestro estado mental. La sensación de estar apoyando a los propios cuando asoman al campo de juego, minutos antes de que todo comience, es impagable. Y así, miles de sentimientos más que sólo se apaciguan cuando la pelota comienza a rodar, el partido empieza a andar y todo va pasando muy rápido.

Para el hincha de Independiente, todo lo dicho en el párrafo anterior es un ritual más especial aún. No debe existir una explicación lógica que lo demuestre –o sí-, pero la noche de Copa supone un acontecimiento mucho más significativo para la gente del Rojo que para la de cualquier otro sujeto. Sea la instancia que sea. Se vive de otra manera: se van tachando los días en nuestro calendario cerebral hasta que llega el del partido. Se recuerdan anécdotas épicas y epopeyas ya muy distantes en el tiempo, pero muy latentes en nuestros corazones. Se charla con el viejo, el abuelo o los amigos de épocas pasadas. De cosas buenas. De recuerdos buenos

Si hay algo característico y propio en todo hincha de Independiente es esa transmisión y orgullo por la historia del club, por las hazañas realizadas en tiempos pasados, por preocuparse y ocuparse de que todo el planeta se entere de la grandeza que supo conseguir esta institución. Y eso, gracias a Dios, todavía se sigue transmitiendo a las generaciones más pequeñas. Es quizá una de las pocas tranquilidades y certezas que tenemos hoy los hinchas.

Pero dejando de lado la alegoría que genera ver a Independiente disputar un certamen internacional, la actuación de los hombres de Holan anoche ante Nacional fue de película. Si existe alguna forma de representar a un equipo en una competencia conocida en todo el mundo y dejarlo no sólo bien parado, sino también obtener tamaña diferencia, sin dudas esta es la mejor opción. 

Independiente brilló, ganó, tocó, bailó, gozó, gustó y goleó. Jugó el fútbol que aquellos abuelos y padres vieron en décadas lejanas y que tantas ansías tenían de disfrutar junto a sus nietos e hijos. Apabulló al rival, y no solamente con el resultado: lo pasó por encima, literalmente. Hubo individualidades altamente destacables, pero lo más meritorio e importante es que hubo un equipo –y un hombre que los dirige- que supo entender lo que significa para el hincha de Independiente una noche copera. Que así sea siempre, de aquí en más. Y muchas gracias por el fútbol.

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