martes, 18 de noviembre de 2014

Así es este amor


El ruido es ensordecedor. Solo se escucha el eco de miles de gritos que parecen caer al vacío. Alrededor, los hombres lloran; miran al cielo y lloran. Levantan las manos buscando alguna explicación que llegue con el viento frío de agosto y, sin recibir respuesta alguna, se toman la cara para terminar secándose las lágrimas con un movimiento desganado. La platea de mujeres se viene abajo: Las señoras y señoritas se miran con cara de póker. Los vitalicios parecen deshidratarse de tristeza. La Erico es un velorio. En las populares se vislumbran algunos tumultos. Independiente está irreconocible. No sólo acaba de descender por primera vez en su historia, sino que acaba de ser bailado en su debut en la BN. Y por Brown de Adrogué. ¡Qué dirán los medios! El gigante de Avellaneda fue sacado a pasear por un club que viene de la B Metropolitana. ¿Quién nos salvará de esto? ¿Cuánto más bajo hay que caer?

De repente, click. El corazón me da un vuelco; la cabeza también. Pestañeo y por fin puedo verlo: El tiempo pasó. Tantas veces llegué de la cancha con la cara empapada en lágrimas y me tomé unos minutos para descargarme escribiendo tonterías. ¿Por qué no ahora? Si las cosas cambiaron. Si lo malo ya pasó.

El ruido vuelve a ser ensordecedor. Se mezclan ecos, gritos, cantos y sonidos. Alrededor, veo algunos hombres mirando al cielo y llorando. Para mi ya es un ritual en Alsina y Bochini. La gente respira, toma aire y retruca: "El Rey de Copas no va nunca para atrás". No buscan respuestas, buscan descargarse. Largar todo ese llanto contenido durante tanto tiempo de sufrimiento. La platea de mujeres se viene abajo de felicidad. Señoras y señoritas se abrazan sin cara de póker, black-jack o generala. Los vitalicios dejan sus bastones y se paran para intentar seguir al resto con el mayor esfuerzo físico posible. "El que no salta va para atrás", gritan. Y la Erico los acompaña. Rápidamente recuerdo la escena idéntica en agosto de 2013 y se me hace inevitable voltear para la histórica popular local. Veo tumultos y espacios que se vacían y llenan permanentemente. Son abrazos, avalanchas y saltos de felicidad. Independiente vuelve a estar irreconocible, como antes.

Escuchar el pitazo final de Delfino me generó soltura. Me volví a preguntar qué dirían los medios sobre el glorioso Independiente. Ya no está de rodillas, ya no pierde con Brown de Adrogué. Aún no es ese del que papá hablaba, pero al ver a sus hinchas llorar de felicidad uno siente que, algún día, quizás, quién te dice, ese Independiente renace de sus cenizas para golear 4-1 en Avellaneda y olvidarse por un rato del dolor. Quizás hablen de ese Independiente como lo hacían antes. Tal vez se llenen la boca de la grandeza que irradia y no de la vergüenza que chorreaba hace algunos meses.

Asi es este amor, siempre va un paso para adelante.

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